Hay dos formas clásicas de
lamento: 1) Recrear mentalmente una situación pasada y pensar en todas las
variantes para salir de ella de una forma distinta: “Si no hubiera hecho, si no
hubiera dicho, si hubiera ido…”. Así hasta volverte loco, porque la
especulación nos vuelve locos y, además, no puedes cambiar lo que pasó, pero
quizá sí podamos cambiar cómo nos afecta ahora lo que pasó entonces. 2) La
justificación. Ésta es, si cabe, todavía peor, porque la principal intención de
justificar lo que hiciste en el pasado es quedarte tranquilo a costa de trampas
mentales. Recuerdo el testimonio de un preso que había robado un coche y
disparado a un policía: “Sí, yo robé el coche y disparé al policía… Pero si la
Policía hubiera hecho bien su trabajo y me hubiera detenido antes de robar el
coche, yo no habría disparado al policía”. Argumentos para salir ilesos siempre
hay. Reconocer el error es más rápido y menos doloroso, pero el ego se resiste
(el vuestro, digo, a mí estas cosas no me pasan). “Lo hice mal. Ahora intentaré
hacerlo mejor”. En el intento está implícito un posible fracaso, pero en el
fracaso convive un posible triunfo…
¿Estar vivo no consiste en
esto?
Tú lo has dicho: es preferible ser consciente de lo que hemos hecho mal e intentar no repetirlo. Y eso que aparentemente es tan sencillo resulta no serlo cuando nos dejamos llevar por nuestros deseos e irremisiblemente volvemos a hacer el indio, volvemos a equivocarnos y el tíovivo empieza de nuevo a girar. Resultado: nunca nos cansamos de meter la pata. También estoy de acuerdo en lo de no lamentarse porque está bien claro que no sirve absolutamente para nada. Por mi parte, cuando estoy en tiempo de vacas flacas, tal como ahora, prefiero empezar de nuevo y confiar en que la suerte y la experiencia me sirvan de algo.
ResponderEliminarUn saludo cordial