jueves, 27 de septiembre de 2012

Lamentos

Cuando miro atrás y recuerdo las estupideces que he hecho me dan ganas de darme contra la pared. Pero entonces pienso que cuando recuerde este momento dentro de diez años, me preguntaré qué leches hacía yo dándome contra la pared por el pasado, y entraré en un bucle para lamentarme una y otra vez por mis actitudes. Primero por haber hecho el idiota y luego por haber estado lamentándome de haber hecho el idiota. La única manera de evitar esto es dejar de lamentarme ahora, evitando así lamentarme después por estar lamentándome ahora (fácil ¿no?). El ahora está sembrando el luego, y es importante, porque el luego está sembrando el después, y así hasta el infinito y más allá… No sé si me explico. Yo podría volver a explicarlo a quienes no lo hayan entendido, pero sería más útil que releyerais  el párrafo anterior para evitarles la repetición a los que sí lo han entendido (en caso de haberlos).
Hay dos formas clásicas de lamento: 1) Recrear mentalmente una situación pasada y pensar en todas las variantes para salir de ella de una forma distinta: “Si no hubiera hecho, si no hubiera dicho, si hubiera ido…”. Así hasta volverte loco, porque la especulación nos vuelve locos y, además, no puedes cambiar lo que pasó, pero quizá sí podamos cambiar cómo nos afecta ahora lo que pasó entonces. 2) La justificación. Ésta es, si cabe, todavía peor, porque la principal intención de justificar lo que hiciste en el pasado es quedarte tranquilo a costa de trampas mentales. Recuerdo el testimonio de un preso que había robado un coche y disparado a un policía: “Sí, yo robé el coche y disparé al policía… Pero si la Policía hubiera hecho bien su trabajo y me hubiera detenido antes de robar el coche, yo no habría disparado al policía”. Argumentos para salir ilesos siempre hay. Reconocer el error es más rápido y menos doloroso, pero el ego se resiste (el vuestro, digo, a mí estas cosas no me pasan). “Lo hice mal. Ahora intentaré hacerlo mejor”. En el intento está implícito un posible fracaso, pero en el fracaso convive un posible triunfo…
¿Estar vivo no consiste en esto?


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Existencial

Quiero dejar claro aquí que no soy una desequilibrada (escribo esto mientras me balanceo sobre mí misma y me arranco mechones de pelo en una esquina de mi habitación). Sin embargo, hay quien asocia mis dudas existenciales y mis reflexiones acerca del comportamiento humano a una inquietud excesiva e incluso insana. Lo sé cuando me dicen, desde la condescendencia, aquello de: “No le des tantas vueltas a todo”. Lo primero que tengo que decir en mi defensa es que no le doy vueltas “a todo”, sino a “todo lo que me resulta interesante”. No me paso los días reflexionando sobre el precio de los tomates o las estupideces que escupen cuatro tertulianos televisivos, sino sobre lo que nos ocurre a las personas.
Entiendo que es insano darle vueltas al mismo pensamiento una y otra vez hasta que ese pensamiento pierda el conocimiento, pero no se trata de eso, sino de llenar cada paso de un nuevo significado, dejando atrás las viejas certezas para adentrarse en nuevas incógnitas. Supongo que mucha gente se ha planteado, al menos una vez, qué hace en este mundo. ¿De verdad es tan descabellado hacerse esta pregunta? E imagino que todos nos hemos planteado, además, si lo que estamos atravesando en momentos determinados de nuestra vida es una crisis existencial. ¿Qué es una crisis existencial? Para mí es fácil, comienza con la pregunta: “¿Esto de qué leches va?”. Porque hay etapas en las que tu día a día no es suficiente, se te queda pequeño, casi insignificante, vacío (¿os estoy deprimiendo, verdad?). ¿Pero y si vivir fuera algo más que trabajar y alimentarse? ¿Y si vivir fuera algo más que irse de vacaciones o encontrar un novio? ¿Y si vivir fuera algo más que lo que hacemos y lo que pensamos? ¿Y si vivir tuviera un contenido que intuimos pero todavía desconocemos?
Quizá una parte de ti se haya acostumbrado a vivir como si no hubiera nada más que hacer, pero hay otra parte de ti que tiene la capacidad y el horizonte para vivir de otra manera. Respirar sin el desasosiego aferrado a los pulmones. Dormir sin el acoso de tu propia oscuridad. Mirarte sin temor a verte. Desatarte, comprometerte, reírte, liberarte, vivirte. Estar vivo implica una lucha permanente entre lo que sabes y lo que crees que sabes. Una batalla diaria entre lo que percibes y lo que piensas. Un duelo entre quién eres y cómo estás. La cercanía de un susurro más allá de nuestros cuerpos. Descifrar en la geometría de lo invisible que la existencia es inabarcable, que no termina en nosotros, que nuestras pieles no son fronteras, sino acantilados desde los que podemos arrojarnos hasta caer en el regazo de lo desconocido.
No está loco el que indaga. No es un obsesivo el que intenta transcender. No es un desequilibrado el que busca un punto de apoyo entre la inmensidad de lo que ignora.
Y ahora tengo que dejaros. Me toca la pastilla…