martes, 11 de mayo de 2010

La nevera de Carla

Tengo una amiga que se va de viaje este viernes. No es una escapada de placer, se va a Madrid a operarse de un problema en la espalda. Ya, no es algo agradable, pero a todos los efectos los trámites son parecidos a los de otra amiga que, casualmente, ese mismo día se marcha a Milán a pasar un fin de semana romántico (es decir, con su maridito y sin sus tres niños). Quizás ambas coincidan en el mismo vuelo, no lo sé, pero ese mismo día las dos van a subirse a un avión. Y las dos tienen que dejar una casa organizada para que el caos no asome durante su ausencia. Y tienen que ponerse entre hoy y mañana a hacer maletas. Sí, de eso es justo de lo que quiero hablaros, del proceso que supone hacer una maleta. Hay quien empieza una semana antes a prepararla (conozco varios casos). Hay otros (y aquí me incluyo) que vamos dejando por el medio las cosas que se nos van ocurriendo y que podríamos llevarnos. Así, la casa es un caos los días previos al viaje, y al final hacemos la maleta apuradísimos, unas horas antes de salir para el aeropuerto. Hay gente capaz de pensar bien y guardar en la maleta sólo lo indispensable. Y otros (otra vez yo) un poco absurdos amigos de llevarse MEDIA CASA encima. Sí, lo confieso. Soy un desastre haciendo mis maletas. Cuando viajo en grupo suelo ser, además, el hazmerreír de todos por el desmesurado volumen de mi equipaje. Y es que ¡NO SÉ CONTROLARME!. Y siempre me pasa lo mismo. Llevo ropa de invierno por si hace frío, ropa de verano por si hace calor, chubasqueros y paraguas por si llueve, taconazos por si tengo alguna cena formal, ropa deportiva por si tengo tiempo para ir a correr o por si tengo tiempo de ir al gimnasio del hotel, pijamas, ropa interior suficiente para sobrevivir, limpita, dos meses. Un neceser enorme lleno de medicamentos, cosméticos… ¡el secador , fundamental! (una es coqueta hasta en el fin del mundo), dos o tres libros, cuanto más gordos mejor, para entretenerme en las aburridas noches de hotel, y que nunca leo porque llego agotada. Pijamas, sobres de detergente por si tengo que lavar algo, cargadores de teléfonos, adaptadores de enchufes y cables miles, libretas…. Resumen, mi maleta es igual que un ARMARIO. Lo mejor de todo es que luego no utilizo ni la mitad de lo que llevo. Al final, entre la pereza y la falta de tiempo me pongo casi todos los días la misma ropa. Y no me arreglo el pelo ni una vez! Y lo que es peor, ¡siempre me olvido algo!. El cepillo del pelo y el de dientes son ya clásicas compras que tengo que hacer, obligadas, en todas las ciudades por las que paso. Tengo una colección en mi baño de peines digna de un museo. A todo esto hay que sumar la mochila con la cámara, el ordenador, el bolso con la documentación, el dinero, un neceser básico, cuatro periódicos y otros dos libros que llevo siempre como equipaje de mano. Parezco un perchero móvil. A la ida todo encaja, más o menos. El problema gordo surge a la vuelta, cuando la ropa ya está sucia y arrugada. Cuando no hay tiempo para doblarlo todo con cuidado. Cuando a todo lo mencionado hay que sumar los folletos (si veis cuàntos papelazos traigo de mis viajes ¡alucinaríais!, kilos extras de peso) y cómo no, las compras. Las dichosas compras: regalos para mis padres, para mi hermano, mi abuela, caprichos personales, souvenirs absurdos: resumen, siempre vuelvo con exceso de equipaje. Como mi “armario portátil” pesa mucho y me toca cargar con él (norma básica del viajero: cada uno debe cargar SOLO con su propia maleta) siempre juro que NUNCA MÁS. Que para la próxima voy a llevar un trolley de esos pequeñajos que no hace falta facturar, con lo mínimo indispensable para sobrevivir. Pero no, nunca lo cumplo. Llevo ya años intentándolo pero nada, al final siempre caigo de nuevo en la tentación. Y maletón al canto. Pero hace poco, en un viaje reciente conocí por fin a alguien que me supera. Se llama Carla y ¡viaja con una maleta apodada “la nevera”, no sólo por sus dimensiones superlativas sino por su color, forma, textura y aspecto. Y lo mejor de todo es que Carla lleva ADEMÁS un trolley como equipaje de mano. Ya veis, siempre existe el PEOR TODAVÍA. Y eso a mí, al menos, me consuela mucho.