Me ducho animada (ducharme desanimada no tiene ningún sentido), me seco el pelo con energía, consiguiendo una ondulación y volumen espectaculares. Me doy rimmel, me pongo un pantalón y chaqueta de cuero y salgo a la calle escuchando 'Billie Jean' en los cascos. Cuando caminas por la calle a ritmo de Michael Jackson, desde fuera pareces muy segura de ti misma. Estoy contenta y me siento como uno de Los Ángeles de Charlie, con la melena rizada al viento y el paso decidido. Sí, tengo un buen día y me encuentro atractiva.
Llego a mi destino y todo se tuerce. Un espejo que parece estar diciendo "mírame" atrae mi atención y acabo clavando en él mis ojos. Mal. De repente compruebo con decepción que no me parezco a una chica de Charlie. Más bien parezco una señora con la piel grasa y el pelo encrespado. Un momento, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha sucedido en el transcurso de mi casa hasta aquí? ¿Acaso siempre tuve este aspecto? ¿Cuándo dejé de parecer un Ángel? Y entonces piensa una que nunca estuvo tan guapa como se sentía ya que el espejo evidencia lo contrario. Pues no, esto no es verdad! ¿Por qué tenemos que estar equivocad@s nosotr@s? ¿Acaso no puede estar equivocado él? El espejo no tiene por qué evidenciar nuestra decadencia, el espejo lo que hace es inventarla. ¿Por qué? Pues por fastidiar. Los típicos espejos que hacen las cosas por fastidiar.
Pero no basta con huir de los espejos, a veces las personas que nos rodean también funcionan como tales. Hay quien te mira y te embellece y hay quien te mira y te hace sentirte como un orco. Y luego hay quien siente la necesidad tremenda de decirte cómo te encuentra: "Tienes mala cara hoy". A ver, ¿qué me aporta esta información exactamente? Me dan ganas de contestar: "Bueno, por lo menos lo mío es transitorio".
Conclusión: Si tienes un mal día, no te mires. Si tienes un buen día, no te mires. Si queremos estar guap@s, empecemos por estar content@s. No hay otra...
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