miércoles, 26 de noviembre de 2014

Desde mis zapatos de cristal

Hoy hace un año estaba recorriendo las calles de Bangkok, ilusionada y despeinada (como casi siempre). Amén de anécdotas varias, entre Changs, Pad Thai y azoteas imposibles, un encuentro mágico marcó el comienzo de un sueño, de esos en los que te pellizcas continuamente para comprobar que no estás dormida, y que he vivido con la intensidad que me caracteriza, nube arriba nube abajo.
Lamentable o afortunadamente (aquí entra en juego la imaginación de cada uno)... desperté. Y he ahí uno de los momentos más complicados con los que todo soñador que se precie ha de encontrarse al menos una vez en la vida (los que sólo roncan que dejen ya de leer ...), el de decidir si cierras los ojos rápidamente para intentar dormir un poquito más y fuerzas tu mente a volver a evocar una y otra vez el sueño aunque sea solamente un instante... O directamente te levantas y punto. Por regla general suelen darse las dos opciones de manera correlativa, una a la desesperada y otra a la fuerza. Es lo que tienen los aterrizajes forzosos...
Y es entonces cuando toca decidir cómo nos levantamos, momento crítico donde los haya, y que determinará la forma en que vivamos el resto del día.
Yo he optado por levantarme con energía, más decidida que nunca, mirando atrás con una gran sonrisa, con mil recuerdos guardados en el cajón junto con la calabaza, el vestido de tul y la varita mágica, dispuesta a cambiar el mundo, sola o en compañía. Hasta que caiga de nuevo la noche y vuelva a cerrar los ojos... 
Entonces comenzará a escribirse un nuevo cuento...
Érase una vez...

PD: Esta vez me calzo las botas, que con zapatitos de cristal no es nada práctico...



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