jueves, 11 de agosto de 2011

Un, dos, tres

En el concurso 'Un, dos, tres' me llamaba mucho la atención la figura de la pareja de sufridores que, durante todo el programa, permanecía encerrada en un cubículo y participaba, de forma pasiva, junto a otra pareja de concursantes. La gracia era que no hacían nada, pero todo lo que hicieran los participantes con los que jugaban tenía repercusión en los premios que al final del programa iban a conseguir... Si coche coche, si vaca vaca... Y hay etapas en la vida de uno (o incluso en la vida de dos) en las que te sientes como un sufridor del Un, dos, tres. La vida pasa por delante de ti, la gente juega, se arriesga y habla cara a cara con Mayra Gómez Kemp, mientras tú sigues aislado con tus auriculares de los años 80, observando el frenético movimiento ajeno tras un cristal. Cuando uno vive así tiene toda la responsabilidad del mundo por haber decidido vivir así. Esta decisión suele ir unida a 'virgencita que me quede como estoy'. Qué miedo nos da movernos, avanzar, tomar decisiones, arriesgarnos, cambiar de casa, cambiar de ciudad, terminar relaciones de pareja, comenzar relaciones de pareja, experimentar los cambios que experimentan nuestros cuerpos... Qué miedo nos da el paso del tiempo, conocer gente nueva, ¡qué miedo nos da vivir! Sabemos que cualquier cambio implica que todo podría ir peor pero ¿hay algo peor a que no cambie nada? ¿Por qué da más miedo que pase algo a que no pase nada? Sólo puede darnos miedo perder algo si lo hemos ganado, pero ya vendrá de nuevo la oportunidad de recuperarlo o, incluso, de encontrar sorpresas que ni habías imaginado, esperando a ser encontradas. Esperan aburridas en alguna esquina de nuestra existencia, mirando al infinito e intuyendo que no vamos a dar un paso para llegar hasta ellas. El miedo nos atenaza, pero lo más cercano a la felicidad que he podido experimentar es la ausencia de miedo, y espero que mi día a día tienda a eso, a eliminar fantasmas y no a justificarlos para poder seguir donde estoy. ¿A qué le tenemos tanto miedo? Igual no es para tanto, igual casi nada es para tanto. Esta es la vida que tenemos pero, de verdad, ¿eso es todo lo que podemos hacer con ella? Tras un tiempo enclaustrada en casa, me di cuenta de que cada día que pasaba me costaba más salir a la calle y enfrentarme a lo de ahí fuera. Cada hora de autosecuestro dificultaba todavía más el abandono de mi guarida y el mundo exterior se presentaba más agresivo, más amenazante... Supe que cuanto antes resucitara de mi letargo, antes superaría los temores. Hay que salir de la cabina aislada de los sufridores, ¿por qué no hacerlo ya? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no en este preciso instante? Se está tan bien aquí fuera...

viernes, 5 de agosto de 2011

Resaca

Todos hemos pasado ese momento en el que, tras salir la noche anterior, despiertas un sábado por la mañana y decides que no vuelves a beber nunca más. Pero hay una resaca todavía peor para mí. El momento en el que despiertas un sábado por la mañana con un hombre al lado y decides que no volverás a acostarte con nadie nunca más. Tras la enajenación en la que te sumergen las hormonas, de repente, descubres que este tipo no te interesa demasiado y que tú a él, me temo, tampoco. Cuando en frío lo que acabas de hacer no tiene ninguna lógica, imagino que en caliente tampoco la tenía. “Bueno, sólo ha sido un polvo, no tiene mayor importancia”. Pues si compartir fluidos, respirarse cerca, fundir pieles y juntar lenguas, entre otras cosas, no tiene mayor importancia, ¿qué la tiene? Imagino que todavía bebemos de tendencias muy extremas que surgieron para desmarcarse de las ataduras impuestas. Quizá frivolicemos el sexo para escapar del yugo de la moral, de la idea de que el sexo es sólo justificable para la procreación, del tabú, del miedo a lo que mueve en nosotros. Puedo entender que se haya llegado a esto porque soy una mujer con una extraordinaria capacidad de comprensión y empatía, además de atractiva y bastante simpática (perdonad, si no me vendo aquí, ¿dónde?). Pero estaría bien encontrar, al menos para mí, un término medio entre la banalización, la idealización y la penalización. No me vale pensar que el sexo no es importante, o que es un ejercicio gimnástico sin más consecuencias que alguna agujeta aquí y allá. Has tenido a un tipo dentro de ti, que con suerte se va o con suerte se queda, eso ya depende de la elección que hayamos hecho. ¿Cómo pensar que eso no es importante? ¿Acaso no os han entrado ganas de llorar tras una relación sexual? ¿Acaso no os han entrado ganas de reír o de tener muchos hijos tras una relación sexual? (Si habéis osado verbalizarlo, el tipo, probablemente, todavía esté corriendo). ¿No os habéis deprimido durante varios días u os habéis sentido absolutamente felices? Una relación sexual tiene repercusión, queramos verla o no, queramos investigar en lo que nos genera o no, pero la tiene. Así como la tiene pasar las horas junto a una persona u otra. Creo que cualquier contacto humano tiene consecuencias. Hay quien te pone contento y hay quien te pone triste. Hay quien te succiona toda tu energía y vuelves a casa con las neuronas derretidas y hay quien te contagia un ánimo excelente con el que convives el resto del día. Si sabemos que esto es así, ¿por qué pretendemos rebajar la importancia cuando se trata de sexo? Porque nos hemos creído que uno es más libre si no se plantea estas cosas. Porque quizá sea más fácil no planteárselas. Desde mi experiencia personal puedo decir que el sexo utilitario sienta mal. Así como cualquier relación utilitaria sienta mal. Lo complicado es discernir entre las conexiones que te impulsan o las que te lastran. ¿Cómo? Si lo supiera no tendría ahora este horrible dolor de cabeza...