sábado, 31 de diciembre de 2011

Deseos de Año Nuevo

Observad el ritmo de la vida. A horas, frenética. A horas, callada, dormida. Y en un discreto segundo plano, la estrella. Como las cuentas de un collar, entrelaza los deseos y los ruegos: El último libro de Katherine Pancol. Un trabajo ¡Ya! Que no deje de quererme. Que me mire de una vez. Conseguir el papel de mi vida. Que todo se arregle. Largarme al fin del mundo. La casita de Pin y Pon. Que me salga rica la cena. A falta de la del Gordo, que sea la del Niño...
Su centelleo trata de llamar la atención de la felicidad, con sus caprichosos contoneos, que enreda mucho a unos y se muestra esquiva para otros. De vez en cuando se envían una mirada de soslayo... Entonces, le susurramos nuestros anhelos antes de que vuelva a su escondite. Un coche nuevo. Que se ponga bien. Que recupere la sonrisa. Unas buenas fiestas...
Cerrad los ojos y pedid vuestro deseo...
¡¡¡Feliz noche!!!

sábado, 19 de noviembre de 2011

Mi hombre perfecto

El hombre perfecto debe ser muy hombre, pero además muy sensible. Sexual, pero que no esté obsesionado con el sexo. Cariñoso, no pesado. Divertido, pero no graciosillo. Guapo, pero que no te haga sentir fea. Decidido, pero que no abrume. Que le interese el arte, pero que no sea un pedante. Inquieto, no hiperactivo. Atento, no agobiante. Independiente, no indiferente. Serio, pero espontáneo. Familiar, pero no conservador. Protector, no paternalista. Creativo, pero cuerdo. Que sepa estar en cualquier situación, excepto en las que yo no quiero que esté. Fiel, pero no posesivo. Que me quiera, pero que no sea el centro de su vida. Que sea el centro de su vida, pero que cuando me agobie tenga otros centros en su vida. Inteligente, pero que no vaya de listillo. Que sepa idiomas, pero que no me lo restriegue todo el rato. Leído, pero vivido. Carismático, pero humilde. Deportista, pero que no insista en subir a la montaña todos los fines de semana. Que sepa informática como para arreglarme el ordenador, pero que no esté todo el tiempo metido en internet. Ligero, no superficial. Profundo, pero no intenso. Que le guste hablar, pero no todo el rato. Que le guste estar en silencio, pero no todo el rato. Que quiera estar en mi vida, pero no todo el rato. Que me abrace cuando haga frío, pero no cuando haga mucho calor. Que se mantenga a una distancia prudente en el entretiempo. Que se ría conmigo, pero no de mí. Que sea bondadoso, pero no tonto. Que tenga un ático amplio en el centro, pero que no le importe que lo decore yo. Espiritual, pero con los pies en la tierra. Perfecto, pero humano...
No sé, me da que voy a acabar sola...

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿Te conformas?

Una ya no sabe si con los años es más sabia o más lerda... Claro que, si no soy capaz de identificar si soy más sabia o más lerda, me temo que la balanza se inclina hacia la segunda opción (podéis salir en mi defensa con comentarios a pie de escrito). Soy incapaz de discernir entre la ductilidad que te ofrece la experiencia y la inercia vital. Me han dicho tantas veces que soy demasiado exigente con los hombres que he llegado a preocuparme. Y ahora temo caer en esa inercia y creerme que en realidad lo que hago es adaptarme a las circunstancias en vez de pretender que los demás sean como yo quiero (es muy frustrante que los demás no sean como yo quiero). Como ya he dicho yo sabiamente alguna vez, no sé si he elevado el espíritu o he bajado el listón. ¿Conformarse o adaptarse?
Una vez que has asumido que el hombre de tu vida probablemente no sea ningún tío bueno, pasas a los siguientes requisitos, no sé si con sabiduría o resignación. "Igual no es tan guapo, pero el físico no lo es todo". Hasta aquí, bien, aunque la cosa va degenerando: "Vale que no está muy equilibrado, ¿pero quién lo está hoy en día?"... "Quizá no sea muy listo, pero seguro que tiene gran corazón"... "Para qué nos vamos a engañar, tampoco es que sea una gran persona pero, oye, tiene sentido del humor"... "Yo reírme no me río, pero donde esté la química"... "Bien, ¿dónde está la química? Porque aquí no"... "Bah, el sexo está sobrevalorado, lo sabe todo el mundo"...
Por eso tengo mis dudas sobre si uno acaba cediendo con tal de no estar solo o simplemente traspasa su intransigencia y acaba descubriendo el lado oculto y a veces mágico de los demás. ¿Pero qué buscamos en la pareja? ¿Qué otros estilos de vida nos quedan por descubrir? ¿Nos estamos conformando con este modelo o es realmente el que necesitamos? Me encantaría contestar a todas estas preguntas, pero no va a poder ser porque no tengo tiempo... Vale, también influye que no conozco las respuestas. ¿Algún voluntario?

jueves, 11 de agosto de 2011

Un, dos, tres

En el concurso 'Un, dos, tres' me llamaba mucho la atención la figura de la pareja de sufridores que, durante todo el programa, permanecía encerrada en un cubículo y participaba, de forma pasiva, junto a otra pareja de concursantes. La gracia era que no hacían nada, pero todo lo que hicieran los participantes con los que jugaban tenía repercusión en los premios que al final del programa iban a conseguir... Si coche coche, si vaca vaca... Y hay etapas en la vida de uno (o incluso en la vida de dos) en las que te sientes como un sufridor del Un, dos, tres. La vida pasa por delante de ti, la gente juega, se arriesga y habla cara a cara con Mayra Gómez Kemp, mientras tú sigues aislado con tus auriculares de los años 80, observando el frenético movimiento ajeno tras un cristal. Cuando uno vive así tiene toda la responsabilidad del mundo por haber decidido vivir así. Esta decisión suele ir unida a 'virgencita que me quede como estoy'. Qué miedo nos da movernos, avanzar, tomar decisiones, arriesgarnos, cambiar de casa, cambiar de ciudad, terminar relaciones de pareja, comenzar relaciones de pareja, experimentar los cambios que experimentan nuestros cuerpos... Qué miedo nos da el paso del tiempo, conocer gente nueva, ¡qué miedo nos da vivir! Sabemos que cualquier cambio implica que todo podría ir peor pero ¿hay algo peor a que no cambie nada? ¿Por qué da más miedo que pase algo a que no pase nada? Sólo puede darnos miedo perder algo si lo hemos ganado, pero ya vendrá de nuevo la oportunidad de recuperarlo o, incluso, de encontrar sorpresas que ni habías imaginado, esperando a ser encontradas. Esperan aburridas en alguna esquina de nuestra existencia, mirando al infinito e intuyendo que no vamos a dar un paso para llegar hasta ellas. El miedo nos atenaza, pero lo más cercano a la felicidad que he podido experimentar es la ausencia de miedo, y espero que mi día a día tienda a eso, a eliminar fantasmas y no a justificarlos para poder seguir donde estoy. ¿A qué le tenemos tanto miedo? Igual no es para tanto, igual casi nada es para tanto. Esta es la vida que tenemos pero, de verdad, ¿eso es todo lo que podemos hacer con ella? Tras un tiempo enclaustrada en casa, me di cuenta de que cada día que pasaba me costaba más salir a la calle y enfrentarme a lo de ahí fuera. Cada hora de autosecuestro dificultaba todavía más el abandono de mi guarida y el mundo exterior se presentaba más agresivo, más amenazante... Supe que cuanto antes resucitara de mi letargo, antes superaría los temores. Hay que salir de la cabina aislada de los sufridores, ¿por qué no hacerlo ya? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no en este preciso instante? Se está tan bien aquí fuera...

viernes, 5 de agosto de 2011

Resaca

Todos hemos pasado ese momento en el que, tras salir la noche anterior, despiertas un sábado por la mañana y decides que no vuelves a beber nunca más. Pero hay una resaca todavía peor para mí. El momento en el que despiertas un sábado por la mañana con un hombre al lado y decides que no volverás a acostarte con nadie nunca más. Tras la enajenación en la que te sumergen las hormonas, de repente, descubres que este tipo no te interesa demasiado y que tú a él, me temo, tampoco. Cuando en frío lo que acabas de hacer no tiene ninguna lógica, imagino que en caliente tampoco la tenía. “Bueno, sólo ha sido un polvo, no tiene mayor importancia”. Pues si compartir fluidos, respirarse cerca, fundir pieles y juntar lenguas, entre otras cosas, no tiene mayor importancia, ¿qué la tiene? Imagino que todavía bebemos de tendencias muy extremas que surgieron para desmarcarse de las ataduras impuestas. Quizá frivolicemos el sexo para escapar del yugo de la moral, de la idea de que el sexo es sólo justificable para la procreación, del tabú, del miedo a lo que mueve en nosotros. Puedo entender que se haya llegado a esto porque soy una mujer con una extraordinaria capacidad de comprensión y empatía, además de atractiva y bastante simpática (perdonad, si no me vendo aquí, ¿dónde?). Pero estaría bien encontrar, al menos para mí, un término medio entre la banalización, la idealización y la penalización. No me vale pensar que el sexo no es importante, o que es un ejercicio gimnástico sin más consecuencias que alguna agujeta aquí y allá. Has tenido a un tipo dentro de ti, que con suerte se va o con suerte se queda, eso ya depende de la elección que hayamos hecho. ¿Cómo pensar que eso no es importante? ¿Acaso no os han entrado ganas de llorar tras una relación sexual? ¿Acaso no os han entrado ganas de reír o de tener muchos hijos tras una relación sexual? (Si habéis osado verbalizarlo, el tipo, probablemente, todavía esté corriendo). ¿No os habéis deprimido durante varios días u os habéis sentido absolutamente felices? Una relación sexual tiene repercusión, queramos verla o no, queramos investigar en lo que nos genera o no, pero la tiene. Así como la tiene pasar las horas junto a una persona u otra. Creo que cualquier contacto humano tiene consecuencias. Hay quien te pone contento y hay quien te pone triste. Hay quien te succiona toda tu energía y vuelves a casa con las neuronas derretidas y hay quien te contagia un ánimo excelente con el que convives el resto del día. Si sabemos que esto es así, ¿por qué pretendemos rebajar la importancia cuando se trata de sexo? Porque nos hemos creído que uno es más libre si no se plantea estas cosas. Porque quizá sea más fácil no planteárselas. Desde mi experiencia personal puedo decir que el sexo utilitario sienta mal. Así como cualquier relación utilitaria sienta mal. Lo complicado es discernir entre las conexiones que te impulsan o las que te lastran. ¿Cómo? Si lo supiera no tendría ahora este horrible dolor de cabeza...

martes, 28 de junio de 2011

Palabras

Es curioso cómo uno está convencido de que se explica pero resulta que nadie le entiende... No sé si me explico... O cómo uno cree que el silencio le exime cuando su vacío verbal impacta en los presentes con mordacidad. Cómo una palabra pretendidamente amable dicha desde el rencor se percibe todavía con más violencia que un insulto rabioso. Somos millones de seres humanos, cada uno con sus cosas, creyendo compartir un mismo idioma. Pero no. Cada ser humano tiene un idioma diferente. Y las palabras a menudo ensucian la comunicación. ¿Cuántas cosas decimos en el peor momento? ¿Y cuántas de ellas a la persona menos adecuada? ¿Cuántas omitimos cuando es necesario pronunciarlas? ¿Cuántas capas esconden nuestras palabras? ¿Cuántas veces sale nuestra voz con honestidad? ¿Cuántos ‘te quiero’ hemos oído que no sonaban a nada? ¿Cuántos ‘te odio’ nos llegan como un ‘te quiero’? ¿Cuántas crisis hemos provocado con apenas dos frases? Hablas con cariño y el otro percibe desprecio, hablas con desprecio y el otro no se da por aludido. No hablas y el otro descifra tu silencio de forma errónea. Hablas y para los demás es como si no dijeras nada. Callas cuando lo crees correcto y resulta que tenías que haber dicho eso que no sabes que tenías que decir. Hablas pero, claramente, lo más inteligente sería haberte callado. Pronuncias un ‘te amo’ cuando el otro necesita aire y espacio, un ‘mejor lo dejamos’ cuando reclaman tu apoyo más que nunca. Un ‘ya te llamo yo’ que se interpreta como un ‘no me llames tú’. Un ‘¿qué piensas?’ cuando el otro por fin había conseguido dejar de pensar. No preguntas por no sacar ese tema delicado que el otro está deseando que saques. Un ‘no te preocupes por nada’ cuando el otro no estaba hasta el momento preocupado. Un ‘estoy aquí para lo que necesites’ cuando el otro lo que necesita es que no estés ahí. Un ‘te necesito’ al inmaduro. Un ‘hoy quiero estar sola’ al inseguro. Un ‘esto sabe raro’ al hipocondríaco. Un ‘te invito a una caña’ que suena a ‘cásate conmigo’. Un ‘nada puede ir peor’ cuando a tus espaldas se desata un tsunami. Palabras, palabras fuera de lugar, palabras que esquilan, palabras que naufragan, palabras lisiadas, palabras lanzadas con cerbatana, palabras que lo cambian todo o que no cambian nada. Palabras disfrazadas de otras palabras. Vamos a tener que afinar nuestra intuición y entonar nuestros silencios. Vamos a tener que aprender a descifrar a los demás más allá de sus gargantas, sus lenguas y sus cuerdas vocales. Vamos a tener que hacernos un poco más listos para sobrevivir en esta torre de Babel, a la que cada vez le crecen más pisos. Esto es todo lo que tenía que decir... Ahora, a saber lo que habéis entendido.