En el concurso 'Un, dos, tres' me llamaba mucho la atención la figura de la pareja de sufridores que, durante todo el programa, permanecía encerrada en un cubículo y participaba, de forma pasiva, junto a otra pareja de concursantes. La gracia era que no hacían nada, pero todo lo que hicieran los participantes con los que jugaban tenía repercusión en los premios que al final del programa iban a conseguir... Si coche coche, si vaca vaca... Y hay etapas en la vida de uno (o incluso en la vida de dos) en las que te sientes como un sufridor del Un, dos, tres. La vida pasa por delante de ti, la gente juega, se arriesga y habla cara a cara con Mayra Gómez Kemp, mientras tú sigues aislado con tus auriculares de los años 80, observando el frenético movimiento ajeno tras un cristal. Cuando uno vive así tiene toda la responsabilidad del mundo por haber decidido vivir así. Esta decisión suele ir unida a 'virgencita que me quede como estoy'. Qué miedo nos da movernos, avanzar, tomar decisiones, arriesgarnos, cambiar de casa, cambiar de ciudad, terminar relaciones de pareja, comenzar relaciones de pareja, experimentar los cambios que experimentan nuestros cuerpos... Qué miedo nos da el paso del tiempo, conocer gente nueva, ¡qué miedo nos da vivir! Sabemos que cualquier cambio implica que todo podría ir peor pero ¿hay algo peor a que no cambie nada? ¿Por qué da más miedo que pase algo a que no pase nada? Sólo puede darnos miedo perder algo si lo hemos ganado, pero ya vendrá de nuevo la oportunidad de recuperarlo o, incluso, de encontrar sorpresas que ni habías imaginado, esperando a ser encontradas. Esperan aburridas en alguna esquina de nuestra existencia, mirando al infinito e intuyendo que no vamos a dar un paso para llegar hasta ellas. El miedo nos atenaza, pero lo más cercano a la felicidad que he podido experimentar es la ausencia de miedo, y espero que mi día a día tienda a eso, a eliminar fantasmas y no a justificarlos para poder seguir donde estoy. ¿A qué le tenemos tanto miedo? Igual no es para tanto, igual casi nada es para tanto. Esta es la vida que tenemos pero, de verdad, ¿eso es todo lo que podemos hacer con ella? Tras un tiempo enclaustrada en casa, me di cuenta de que cada día que pasaba me costaba más salir a la calle y enfrentarme a lo de ahí fuera. Cada hora de autosecuestro dificultaba todavía más el abandono de mi guarida y el mundo exterior se presentaba más agresivo, más amenazante... Supe que cuanto antes resucitara de mi letargo, antes superaría los temores. Hay que salir de la cabina aislada de los sufridores, ¿por qué no hacerlo ya? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no en este preciso instante? Se está tan bien aquí fuera...